Las confesiones del nahual

(Cuento histórico; argumento ficticio)
CRÓNICAS DE YAUHQUEMEHCAN
Tlaxcala, Tlax; a 14 de febrero del 2025 (David Chamorro Zarco Cronista Municipal).- La mesa era completamente rústica, aunque estaba muy bien trabajada. Luego se notaba que el autor se había esmerado en la limpieza de la madera y en procurar llegar a una superficie lo mejor posible con la tabla. Era una sola pieza con unos cinco palmos de ancho, con lo que deducía que el árbol de que había sido extraída era bastante ancho. Las cuatro patas eran muy firmes y también podía verse algunos trazos bellos que, sin llegar a la perfección de un maestro ebanista, sí dejaban ver un gran talento y muchas horas de paciente trabajo invertidas.
Sobre la mesa había un fino candelabro que daba base a tres velas encendidas que iluminaban bien toda la habitación. También había un botellón y un jarro pequeño de barro. Un hombre entró haciendo el ruido metálico de las espuelas y con el sombrero puesto, a pesar de ser de noche y estar en el interior de su casa. Fue derecho a la mesa y se sirvió en el jarro un poco de mezcal del botellón. Se tomó el trago de un solo golpe y con el fuete que llevaba en la mano izquierda, dio un rudo golpe sobre la superficie de la mesa, en una clara señal de que quería para él toda la atención:
—Os lo voy a poner de esta manera: si me decís toda vuestra historia, consideraré no entregaros a la autoridad; de lo contrario, os arrastraré yo mismo hasta la cárcel a punta de latigazos.
—Su merced ya me ha hecho mucho daño. Sigo sangrando de la pierna y temo que me vaya a vaciar, muriendo aquí mismo. Hágame la gracia de soltarme para poder siquiera amarrar con el paliacate la herida y evitar que se siga escapando la sangre.
—¡Pardiez! No es para tanto. Además, si morís, iréis bien pronto a reuniros con vuestros pares en el inferno. Dime ya lo que quiero escuchar.
A tras o cuatro pasos de la mesa estaba un hombre sentado en una silla, atado de los pies y de las manos. La luz de las velas permitía ver que había sido rudamente golpeado. Sus ropas estaban hechas girones y la parte interior de la pierna derecha se le veía una herida profunda, por la que corría de forma constante un hilo de sangre.
—¿Para qué quiere vuestra merced saber mi historia sí, como bien dice, en poco tiempo he de ir con los diablos al infierno?
—Las razones no te importan. Quiero saber hasta dónde ha llegado vuestra bajeza, vuestro poco temor a Dios Nuestro Señor, para hacer las cosas que habéis hecho.
—Pues verá su buena merced. Yo me llamó Paulino, por mal nombre conocido como «El Mocho», porque como puede ver vuestra merced, me faltan dos dedos de la mano siniestra. Soy de este pueblo de Santa Úrsula Zimatepec y tengo un jacalito a la salida, en la subida del cerro. No tengo tierras, pero mi casita la hice yo mismo, y nunca nadie me ha reclamado por haberme asentado en ese solar.
—¿Es cierto que practicáis la brujería, la magia negra?
—Aprendí de mi abuelo las habilidades de los antepasados. No soy brujo ni hechicero.
—¡Mentís! Yo mismo os herí y os capturé bajo la forma maligna de un perro.
—Soy nahual, más nunca he herido ni asesinado a nadie.
—Pero robáis, porque con esa intención os habéis escurrido dentro de esta, mi casa. Queríais robarme.
—Yo sólo robo para poder comer. Tomó maíz, gallinas, de vez en cuando un puerco, pero nada más.
—Vos sabíais que nada de eso se encuentra en esta casa grande, que es la mejor del pueblo. Eso se encuentra en otras dependencias. Todo mundo lo sabe.
—Su buena merced sabrá disculparme. Confieso que, una vez dentro de la casa, me dije que pudiera tomar algunos de los muchos doblones de oro que posee su merced, y así podría vivir un poco más ligero de carga durante algún tiempo.
—¡Pero te frustré!
—Y bien caro me ha salido…
—¿Cómo os convertís en animal?
—No es muy sencillo de explicar. Pasan muchos años para que uno pueda tener el poder, la habilidad. Es necesario estar a solas en el campo por la noche, decir algunas palabras que me enseñaron mis antepasados y luego reconcentrar toda la fuerza para ir tomando la forma del animalito que se desea.
—¿En qué animales os podéis transformar?
—Eso depende de lo que quiera hacer. Si quiero andar cerca de mi región, lo más sencillo es convertirme en perro o en burro. Como son animales muy comunes, nadie nota mi presencia. Cuando quiero ir más lejos, lo mejor en convertirme en algo que vuele como un tecolote o un zopilote.
—¿Cómo es que os metéis a las casas a robar?
—Bueno, pues primero, durante el día, me fijo en qué casas hay rosas para poder hurtar y en dónde las ponen.
—¿Cómo hacéis para que los perros no os agredan?
—Tengo el poder para poder someterlos. Nomás se quedan quietos, con los ojos muy abiertos y completamente mudos; eso me ayuda mucho.
—¿Eso mismo le hacéis a la gente?
—No, con la gente no tengo ese poder. Mi miedo más grande es que alguien me descubra y, como sucedió hoy con su buena merced, me atrape, porque estoy indefenso.
—¿Cómo robáis las gallinas y los cerdos?
—Igual que con los perros, tengo el poder sobre ellos. Nomás hago que se queden quietos y ellos mismos me siguen. Así es muy fácil.
—¿Y en el caso de las semillas?
—Allí es un poco más difícil, porque el maíz no me puede seguir caminando. Tengo que correr el riesgo de volver a convertirme en cristiano para poder cargarme un costal con algunos cuartillos de maíz y salir lo más rápido de las casas, antes de que alguien note mi presencia.
—Me habéis dicho que os apodaban «El Mocho» ¿Cómo habéis perdido los dedos de la mano?
—Hay otras personas que igual son nahuales y no siempre nos llevamos bien. Una vez, cuando empezaba en esto, un nahual ya de mucha más edad que yo, me tenía mucha envidia. Una noche, convertidos ambos en perros, nos encontramos en el campo. Me miró fijamente y yo lo reconocí de inmediato. Se me acercó con calma, pero sin que yo lo esperara, me atacó. Nos peleamos fieramente. En un movimiento, me tiró una mordida y me cortó los dedos, pero a él le fue peor, pues lo pesqué del pescuezo de una mordida y no lo solté hasta que ya no se movió. Cuando regresé a mi casa, me curé lo mejor que pude, pero me quedé ya sin mis dedos. Como la pelea fue en un lugar apartado, nadie encontró el cuerpo. Una semana después, siendo de día, fui al paraje y encontré sus restos, en forma de cristiano, ya muy destrozados por los animales del monte. Nomás arrimé unas ramas para cubrirlo y pues dejar que la naturaleza siguiera haciendo lo suyo. En el pueblo, como pasa muchas veces, al principio sí llamó la atención que el viejo ya no estuviera, pero como sucede casi siempre, luego las cosas se enfriaron y todo se fue olvidando.
—Habéis dicho al principio que nunca habíais matado a nadie…
—Piense su merced en que lo que pasó fue que un perro mató a otro perro.
—¿Qué pasaría si yo os denunciara con la autoridad del Ayuntamiento de San Dionisio?
—Yo creo que se dedicarían a investigar y terminarían dándome algunos azotes. El problema es que seguramente varios de los vecinos de aquí, de Santa Úrsula, irían a quemar mi casa y procurarían que yo estuviera adentro.
El hombre rico se detuvo. Se sirvió otra copa de licor, pero esta vez la bebió despacio, dando tiempo a la reflexión, a la idea que de pronto había cruzado por su mente.
—Si os ofreciera asociaros conmigo para aprovechar mejor esos poderes que tenéis, ¿aceptaríais?
—¿Qué me pide su merced que haga?
—Yo conozco bien a toda la gente rica de la región. No sólo hablo de Santa Úrsula o de San Dionisio. Hablo de San Pablo Apetatitlán, de Santa Ana Chiautempan, de Tlaxcala, hasta de Puebla. Sé qué tienen y dónde lo tienen. Yo os podría ir señalando los botines y vos, con vuestros poderes especiales, podrías hurtar con facilidad, y en la repartición de la ganancia, iríamos por mitad.
—No digo que sea mala la idea, más piense vuestra merced que un perro, un burro o un tecolote, no tienen manos para poder vaciar un cofre lleno de doblones o de pesos de oro. Al tener que volver a la forma humana, correría mucho riesgo de quedar atrapado y de no poder salir. Nosotros, los nahuales, sólo hurtamos para poder comer. No ambicionamos más. Os lo agradezco, pero no es posible.
El hombre rico no objeto nada. Se acercó al hombre sentado y sacando un cuchillo de la vaina que llevaba en el cinturón, cortó las ligaduras, dejando al nahual libre de pies y manos. Luego, sin decir palabra, le entregó su paliacate para que se limpiara la herida que casi había dejado de sangrar.
—Me habéis hecho entretenida la noche, Mocho. Os obsequiaré un peso de oro, a cambio de que nunca volváis a meteos ni en mi casa ni con mis propiedades. Pero, para dejaros ir en libertad, os pido que frente a mí os transforméis en un perro. Yo mismo os abriré la puerta, perded cuidado. Aquí dejo a vuestro alcance la moneda ofrecida.
El hombre rico sacó de entre los pliegues de su cinturón una moneda brillante de oro y la colocó al borde de una silla. El Mocho comenzó entonces a hacer varios movimientos lentos y a decir palabras que el otro no pudo entender ni por mitad. Luego se sentó en cuchillas y al siguiente momento apareció un gran perro negro, con los ojos rojos, moviendo la cola en señal de agradecimiento. Miró al hombre y con los dientes apretó la moneda que le había sido ofrecida. Volvió a mirar al varón rico y este, sin dejarse de admirar por la transformación presenciada, cumpliendo su palabra, abrió la puerta de su despacho y luego guio al animal hasta el gran portón que daba a la calle, abriéndolo también para que el ser fantástico quedara en libertad. Las campanas de la iglesia de Santa Úrsula comenzaron a sonar, llamando al pueblo al rezo de maitines, pues en poco tiempo amanecería, y con la llegada del sol, quedaría atrás el reinado de las criaturas de la noche.
¡Caminemos Juntos!
#AyuntamientodeYauhquemehcan #Tlaxcala #Yauhquemehcan #CaminemosJuntos